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La resurrección de Muguruza

Las WTA Finals de Guadalajara fueron una muestra más de que el aspecto mental puede ser tanto o más importante que lo estrictamente tenístico para el devenir de una jugadora a lo largo de una temporada.

La resurrección de Muguruza

Este es el caso de Garbiñe Muguruza. El talento de la hispano-venezolana, quien se consagró en la ciudad mexicana tras vencer a la estonia Anne Kontaveit por 6-3 y 7-5, es indudable. No por casualidad llegó a cuatro finales de Grand Slam, alzándose con el título en Roland Garros 2016 y Wimbledon 2017, y tocó la cima del ranking mundial durante cuatro semanas.

Sin embargo, llegó un momento en el que la élite parecía empezar a quedarle lejos. Se enredaba en partidos que tenía dominados, muchas veces ante rivales de menor jerarquía que la suya, y no lograba mantener el enfoque cuando el marcador se mostraba desfavorable. Esto, sumado a una relación conflictiva con su entrenador Sam Sumyk, la llevó a entrar en un laberinto del que no parecía poder salir.

La derrota ante la brasileña Beatriz Haddad Maia, por entonces número 121 del mundo, en la primera ronda de Wimbledon 2019 fue la gota que rebalsó el vaso. No caía en dicha instancia en un GS desde el año 2014, cuando tenía apenas 20 años, resultado que repitió semanas después en el US Open.

Al ser consultada por la posibilidad de romper el vínculo con Sumyk, algo que siempre se había negado a pensar por tratarse de quien la llevó a los primeros planos del tenis mundial, en este caso su respuesta no fue tan clara. “No lo sé. Ahora no quiero hablar de esto. No es una sorpresa este resultado, pero sí que es duro porque me había preparado durante varias semanas. Quiero dejar la raqueta un rato, tomarme unos días de descanso y volver a jugar cuando sienta ganas”, comentó, desganada.

El cambio de rumbo estaba claro y encontró a la persona ideal para acompañarla en esa nueva etapa: Conchita Martínez. La oscense, leyenda del tenis español en los años noventa, fue alguien en quien Muguruza se fijaba mucho después de haberla conocido cuando se trasladó de Venezuela a Barcelona siendo apenas una niña.

La gran experiencia que le dio su extensa y exitosa carrera como tenista profesional, por un lado, y la relación estrecha que existe entre ellas, por el otro, hicieron que la campeona de Wimbledon 1994 supiera exactamente qué es lo que debía hacer para que Garbiñe volviera a disfrutar de su mejor versión.

En el corto plazo, lo prioritario no eran los resultados, sino generar el contexto para que recupere la confianza perdida y así ir por los más importantes logros. Renovó parte de su equipo con la inclusión, entre otros, de los argentinos Santiago De Martino (preparador físico) y Adriana Forti (fisioterapeuta). Claro que también hubieron aspectos del juego a los que Conchita decidió atender: la movilidad en pista y la volea, principalmente.

Y los resultados están a la vista. Con el triunfo ante Kontaveit, se convirtió en la primera española en alzarse con el título en el singles de las WTA Finals y se sumó a Manuel Orantes (1976) y Alex Corretja (1998), quienes lo lograron en la rama masculina. Además, escaló dos puestos y cerró el año como número 3 del mundo.

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